Los presbiterianos NO celebran los días festivos [Incluyendo Semana Santa]

Creemos, y enseñamos, en nuestros formularios públicos, que “no hay un día, bajo la dispensación del Evangelio, mandado a santificarse, sino el día del Señor, que es el Sabbat cristiano”.

Creemos, en verdad, y declaramos, en la misma fórmula, que es tanto bíblico como racional observar días especiales de ayuno y acción de gracias, según lo dispongan las dispensaciones extraordinarias de la Divina Providencia. Pero estamos persuadidos de que incluso la observancia de estos días, cuando se hacen observancias oficiales, que se repiten, por supuesto, en momentos particulares, cualquiera que sea el aspecto de la Providencia, está calculada para promover la formalidad y la superstición, más bien que la edificación del cuerpo de Cristo.

Nuestras razones para considerar esta opinión, son las siguientes:

1. Estamos persuadidos de que no hay ninguna garantía bíblica para tales observancias, ya sea por precepto o por ejemplo. No hay ningún indicio en el Nuevo Testamento de que tales días fueran observados o recomendados por los apóstoles, o por alguna de las iglesias de su tiempo. La mención de la Pascua, en Hechos 12: 4, no tiene aplicación a este tema. Herodes era judío, no cristiano; y, por supuesto, no tenía ningún deseo de honrar una solemnidad cristiana. El verdadero significado del pasaje es que el (como la más leve inspección del original satisfará a todo lector inteligente) “se proponía sacarle al pueblo después de la pascua”.

2. Creemos que las Escrituras no sólo no garantizan la observancia de tales días, sino que la descartan positivamente. Que alguien sopese imparcialmente Colosenses 2:16 y también, Gálatas 4: 9, 10, 11; y luego diga si estos pasajes no indican evidentemente que el inspirado apóstol desaprobaba la observancia de tales días.

3. La observancia de ayunos y fiestas, por dirección divina, bajo la economía del Antiguo Testamento, no trae nada a favor de tales observancias bajo la dispensación del Nuevo Testamento. Esa economía ya no era vinculante, ni siquiera legal, después de que se estableció la Iglesia del Nuevo Testamento. Sería tan razonable abogar por el uso presente de la Pascua, el incienso y los holocaustos de la antigua economía, que fueron confesadamente eliminados por la venida de Cristo, como argumentar a favor de las invenciones humanas, que tienen alguna semejanza con ellas, como obligatorias en la Iglesia cristiana.

4. La historia de la introducción de los ayunos y fiestas por los primeros cristianos, habla mucho en contra tanto de su obligación como de su carácter edificante. Su origen fue indigno. Ellos fueron introducidos principalmente, por política carnal, con el propósito de atraer a la Iglesia a judíos y gentiles, que habían estado acostumbrados a las fiestas y a los días festivos. Y desde el momento de su introducción, se convirtieron en señal de contienda, o en los monumentos de la superstición mundana y degradante.

Como no había días santos, excepto el día del Señor, observados en la Iglesia Cristiana mientras vivían los Apóstoles; y no se dio ninguna insinuación de que ellos creyeran que había otro día conveniente o deseable; Por lo tanto, no encontramos ningún indicio de que se haya adoptado tal observancia hasta el final del siglo II. Entonces, la celebración de la Pascua dio lugar a una polémica; los cristianos asiáticos suplicando por su observancia al mismo tiempo que estaba prescrita para la Pascua judía, y sosteniendo que estaban apoyados en esto por la tradición apostólica; mientras que la Iglesia de Occidente contendió por su celebración declarada en un cierto domingo, e instó, con igual confianza, a la tradición apostólica a favor de su esquema. Sobre esta feroz e impía controversia, Sócrates, el historiador eclesiástico, que escribió poco después de la época de Eusebio, y comienza su historia donde éste cierra su narración; hablando de la controversia concerniente a la Pascua, se expresa así:

“Ni los antiguos, ni los padres de los tiempos posteriores, quiero decir, los que favorecían la costumbre judía, tenían motivos suficientes para contender tan ansiosamente sobre la fiesta de la Pascua; porque ellos no consideraban dentro de sí mismos que, cuando la religión judía se transformó en cristianismo, la observancia literal de la ley mosaica, y la sombra de las cosas venideras, cesaron por completo. Y esto lleva consigo su propia evidencia. Porque ninguna de las leyes de Cristo permite a los cristianos observar los ritos de los judíos. Es más, el Apóstol lo ha prohibido con palabras claras, cuando abroga la circuncisión, y nos exhorta a no contender acerca de las fiestas y los días festivos. Porque, escribiendo a los Gálatas, les advierte que no observen los días, los meses, los tiempos y los años. Y a los colosenses es tan claro como puede serlo, declarando que la observancia de tales cosas no era más que una sombra. Ni los Apóstoles ni los Evangelistas han ordenado a los cristianos la observancia de la Pascua; pero han dejado el recuerdo de ella a la libre elección y discreción de aquellos que se han beneficiado de tales días. Los hombres guardan los días festivos, porque en ellos disfrutan de descanso del trabajo y de las labores. Por lo tanto, sucede que en todos los lugares celebran, por su propia voluntad, el recuerdo de la pasión del Señor. Pero ni nuestro Salvador ni sus apóstoles nos han ordenado en ninguna parte que lo celebremos”.

[Sócrates, lib. 5, cap. 21.]

He aquí, pues, a un eminente escritor cristiano que floreció a principios del siglo V, que había hecho de la historia de la Iglesia su estudio particular; que declara explícitamente que ni Cristo ni sus apóstoles dieron ninguna orden, ni siquiera aprobación para la observancia de los días festivos; que fue introducida en la Iglesia por costumbre; y que en diferentes partes de la Iglesia había diversidad de prácticas con respecto a este asunto. Con respecto a la Pascua, en particular, esta diversidad fue llamativa. Tan pronto como oímos hablar de su observancia, comenzamos a oír hablar de la contienda y la interrupción de la comunión cristiana a causa de ella; algunos citan la autoridad de los Apóstoles para celebrar esta fiesta en un día; y otros, con la misma confianza, citando la autoridad de otros Apóstoles para la elección de un día diferente: demostrando así claramente que había error en alguna parte, y haciendo muy probable que todas las partes estuvieran equivocadas, y que ninguna de tales observancias en absoluto eran obligatorias para los cristianos.

La fiesta Easter [Semana Santa en ingles], sin duda, fue introducida en el siglo II, en lugar de la Pascua, y en acomodación al mismo prejuicio judío que había dicho, incluso durante la era apostólica: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos”. De ahí que se le llamara generalmente pascha, y pasch, de conformidad con el nombre de la fiesta judía, cuyo lugar ocupaba. Parece haber recibido el título de Easter en Gran Bretaña, por la circunstancia de que, cuando el cristianismo fue introducido en ese país, una gran fiesta pagana celebrada en la misma estación del año, en honor de la diosa pagana Eostre, cedió su lugar a la fiesta cristiana, que recibió, sustancialmente, el nombre de la deidad pagana. Se cree que el título de Easter rara vez es utilizado sino solo por los británicos y sus descendientes.

Pocas fiestas se celebran en la Iglesia Romana, y en algunas Iglesias protestantes, con más interés y celo que la Navidad. Sin embargo, cuando Orígenes, a mediados del siglo III, afirma dar una lista de los ayunos y fiestas que se observaban en su época, no menciona la Navidad. De este hecho, Sir Peter King, en su “Investigación sobre la Constitución y el culto, etc. de la Iglesia Primitiva”, etc., infiere que entonces no se observaba tal fiesta; y añade: “Parece improbable que ellos celebraran la natividad de Cristo, cuando no estaban de acuerdo sobre el mes y el día en que nació Cristo”. Cada mes del año ha sido asignado por diferentes facciones y escritores de la Iglesia Cristiana como el tiempo de la natividad de nuestro Señor; Y la ubicación final de ésta, así como de otros días festivos, en el calendario eclesiástico, se ajustó más bien a principios astronómicos y matemáticos, que a cálculos sólidos de la historia.

5. Pero los motivos y el modo de introducir la Navidad en la Iglesia cristiana hablan más fuertemente en contra de ella. Su verdadero origen fue este. Al igual que muchas otras observancias, fue tomada prestada de los paganos. La conocida fiesta pagana entre los romanos, distinguida con el título de Saturnalia, porque fue instituida en honor de su legendaria deidad, Saturno, fue celebrada por ellos con el mayor esplendor, extravagancia y libertinaje. Fue, durante su continuación, un tiempo de libertad e igualdad; el amo dejó de gobernar, y el esclavo de obedecer; el primero sirviendo en su propia mesa al segundo, y sometiéndose a la suspensión de todo orden y al reinado de la diversión universal. La ceremonia de esta fiesta empezaba el 19 de diciembre, al encender una profusión de velas de cera en el templo de Saturno; y al suspender en su templo, y en todas sus moradas, ramas de laurel y varias clases de árboles de pino. La Iglesia Cristiana, viendo la infeliz influencia moral de esta fiesta; percibiendo que sus propios miembros participaban con demasiada frecuencia en su libertinaje; y deseosa, si era posible, de efectuar su abolición, decretó una fiesta, en honor del nacimiento de su Maestro, casi al mismo tiempo, con el propósito de reemplazarla. Al hacer esto, la política era retener tantos de estos hábitos que han prevalecido en las Saturnales como pudieran reconciliarse de alguna manera con la pureza del cristianismo. Hicieron de su nueva fiesta, por lo tanto, una temporada de relajación y alegría, de visitas alegres y regalos mutuos. Así, la Iglesia Romana tomó prestadas de los paganos algunas de sus observancias más prominentes; y así han sido adoptadas y continuadas por los protestantes algunas observancias de este origen.

6. Siendo evidente, entonces, que los ayunos y fiestas oficiales no tienen garantía divina, y que su uso bajo la economía del Nuevo Testamento es una mera invención humana; podemos preguntar a aquellos que son amigos de su observancia, ¿qué límites deben establecerse para su adopción y uso en la Iglesia Cristiana?  Si es lícito introducir cinco de esos días para la observancia oficial, ¿por qué no diez, veinte o cien? Un pequeño número de ellos fueron, en un período temprano, puestos en uso por hombres serios, que pensaban que de ese modo estaban prestando servicio a Dios y extendiendo el reino de la religión. Pero uno tras otro se fue añadiendo, a medida que aumentaba la superstición, hasta que el calendario se llenó de entre doscientos y trescientos ayunos y fiestas, o días de santos, en cada año; interfiriendo así materialmente con las pretensiones de la industria secular, y cargando la adoración de Dios con una masa de observancias supersticiosas, igualmente hostiles a los intereses temporales y eternos de los hombres. Que el principio de una vez sea admitido, de que los días establecidos de observancia religiosa, que Dios no ha ordenado en ninguna parte, pueden introducirse adecuadamente en el ritual cristiano, y, por paridad de razonamiento, todo aquel que, por buenos motivos, pueda efectuar la introducción de una nueva fiesta religiosa, está en libertad de hacerlo. Sobre este principio se construyó la enorme masa de superstición que ahora distingue y corrompe a la Iglesia Romana.

7. La observancia de días santos no ordenados siempre se encuentra que interfiere con la debida santificación del día del Señor. A los señalamientos de Dios se suma la superstición. Y la superstición siempre se ha encontrado hostil a la obediencia genuina. Sus devotos, como los judíos de la antigüedad, siempre se han encontrado más tenaces en sus propias invenciones, en sus sueños tradicionales, que en el código de deberes revelado por Dios. De acuerdo con esto, tal vez no haya un hecho más universal e incuestionable que el de que los observadores celosos de las fiestas y festivales oficiales son característicamente laxos en la observancia de ese día que Dios ha apartado eminentemente para sí mismo, y en cuya santificación penden todos los intereses vitales de la religión práctica. Así fue entre los israelitas de la antigüedad. Ya en el siglo V, Agustín se queja de que la observancia supersticiosa de ritos no ordenados traicionó a muchos en su tiempo, en un espíritu de irreverencia y negligencia hacia aquellos que fueron divinamente designados. Así es, notoriamente, entre los romanistas de la actualidad. Y así, sin ninguna falta de caridad, puede decirse que es en toda comunidad religiosa en la que prevalece el celo por la observancia de días festivos no ordenados. Es verdad, nos dicen muchos en esas comunidades, que la observancia de los días festivos, dedicados a personas y acontecimientos particulares en la historia de la Iglesia, tiene una tendencia manifiesta y fuerte a aumentar el espíritu de piedad. Pero si esto es así, podríamos esperar encontrar mucha más piedad bíblica en la Iglesia Romana que en cualquier otra, ya que los días festivos son diez veces más numerosos en esa denominación que en el sistema de cualquier Iglesia Protestante. Pero, ¿es así? Que decidan los que tienen ojos para ver y oídos para oír.

Si los argumentos anteriores son en alguna medida bien fundamentadas; si no hay garantía en la Palabra de Dios para ninguna observancia de esta clase; si, por el contrario, las Escrituras los desalientan positivamente; si la historia de su introducción y aumento marcan un origen impío; si, una vez que abrimos la puerta a tales invenciones humanas, nadie puede decir cómo ni cuándo se puede cerrar; y si alguna vez se ha encontrado que la observancia de los días, no señalados por Dios, ejerce una influencia hostil en la santificación de ese día santo que Dios ha señalado, seguramente no necesitamos más pruebas de que es sabio descartarlos de nuestro sistema eclesiástico.

por Samuel Miller, Profesor de Historia Eclesiástica y Gobierno de la Iglesia en el Seminario Teológico de Princeton, de 1813 a 1850.

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